
Red Mundial de Suicidiólogos México A. C.

"La vida tiene sentido
y vale la pena vivirla"


(55)6830-9024
(55)7030-2326

BIPOLARIDAD: Pepe grillo y los monstruos internos

Introducción
Los psiquiatras, basados en el DSM y el CIE suelen denominar “trastorno bipolar” a una mezcla de trastornos del estado del ánimo que según la combinación se puede dividir en episodios depresivos mayores, episodios maníacos caracterizado por una sobrecarga de energía, episodios mixtos el cual presenta fases depresivas e hipomaniacas en periodos cortos y ciclos rápidos; y finalmente el episodio hipomaniaco que resulta moderada en comparación con el episodio maniaco[1]. No conforme con la catalogación a partir de ambiguos estados de ánimo, se asegura que el rango de edad en que se hace presente el trastorno ronda entre los quince años hasta los veinticinco años cumplidos, argumentándose también que la mayoría de los casos se presentan con un episodio depresivo[2].
En el actual DSM-V el “trastorno bipolar” está catalogado en tres grados diferentes, y sus posibles derivaciones de acuerdo a las diversas combinaciones entre conductas y episodios presentes donde, al final de cuentas, estos últimos se reducen a los ya mencionados estados maniaco, hipomaniaco y depresivo.
Del estado maniaco se dice que se caracteriza por los sujetos que presentan tres o más comportamientos significativos para el diagnóstico, como lo pueden ser el aumento de la autoestima o sentimiento de grandeza, disminución de la necesidad de dormir, más hablador de lo habitual o presión para mantener la conversación, fuga de ideas o experiencia subjetiva de que los pensamientos van a gran velocidad, facilidad de distracción, aumento de la actividad dirigida a un objetivo o actividad psicomotora, participación excesiva en actividades que tienen muchas posibilidades de consecuencias dolorosas. La única diferencia entre el estado maniaco y el hipomaniaco radica en que el segundo se asocia a un cambio inequívoco del funcionamiento que no es característico del individuo cuando no presenta síntomas; además de su grado de peligrosidad hacia otras personas. Finalmente tenemos el episodio “depresivo mayor” caracterizado por un estado de ánimo deprimido la mayor parte del día, casi todos los días; disminución importante del interés o el placer por todas o casi todas las actividades la mayor parte del día, casi todos los días; pérdida importante de peso sin hacer dieta o aumento de peso o disminución o aumento del apetito casi todos los días, insomnio o hipersomnia casi todos los días, agitación o retraso psicomotor casi todos los días, fatiga o pérdida de la energía casi todos los días, sentimientos de inutilidad o de culpabilidad excesiva o inapropiada (que puede ser delirante), disminución de la capacidad para pensar o concentrarse, o de tomar decisiones, casi todos los días; y finalmente se menciona el pensamientos de muerte recurrentes (no sólo miedo a morir), ideas suicidas recurrentes sin un plan determinado, intento de suicidio o un plan específico para llevarlo a cabo[3].
Para cada una de las fases hay, desde la perspectiva psiquiátrica una clase de tratamiento viable: para el depresivo los antidepresivos y para el maniaco ansiolíticos; todo con el fin de regular los estados perturbables. Si el cuadro depresivo es muy severo, como recurso final en algunos casos se le mantiene al sujeto bajo observación en un psiquiátrico y en casos extremos se utiliza la terapia electro-convulsiva[4].
A estas alturas y ante esta ambigüedad en la metodología de diagnóstico, no resulta tan extraño pensar que cada ser humano habrá de ser diagnosticado y tratado de trastorno bipolar. Lo peor de todo es que tendríamos que estar medicados de por vida, hacer uso y abuso de los antidepresivos y ansiolíticos cual si fueran aspirinas.
“Cada vez más se medicaliza toda una serie de “trastornos” que son más propios de la condición existencial humana y que son diagnosticados como patologías pero que realmente están más ligados no sólo ya a la propia condición humana sino a la condición inhumana a la que la sociedad postmoderna nos lanza. Los síntomas son tan amplios e imprecisos que prácticamente todos podríamos decir que ‘ese soy yo’”[5]. Con la medicalización de la vida diaria hemos pasado del tratamiento de trastornos psíquicos a la medicación sistemática de simples sufrimientos psíquicos existenciales propios y provocados por nuestro modo de vida. Son, en muchos casos y muchos de ellos, sufrimientos normales y sanos que debieran permitir al ser humano evolucionar. Y he ahí donde pongo mi punto de vista donde afirmo que el diagnóstico de “trastorno bipolar” a nivel inconsciente no tiene otro significado mayor que el de la evasión y justificación de la propia debilidad. “La Bipolaridad al igual que cualquier enfermedad, al irrumpir en la vida del sujeto da pauta para que éste resignifique las nuevas experiencias que se le presentan, es decir, que a través del diagnóstico dé nombre a los padecimientos que le aquejan a su vez que este dictamen trae consigo una carga de significantes, desde los cuales, y a través de sus propias especificidades socio-históricas, el sujeto se replanteará a sí mismo y a su realidad”[6].
Cuando una persona se adueña de la etiqueta “bipolar” no sólo se adueña de una matrícula identitaria, también se está apropiando e internalizando una serie de significados del imaginario social que gira en torno a lo “bipolar”. De esta manera se justifica la demanda de asistencia psicofarmacológica, se justifica el descontrol y la baja tolerancia a la frustración, hay una falta de responsabilidad de sí mismo y, finalmente, una debilidad que pone en duda la integridad del yo. Hay monstruos internos con los cuales luchar, pero de los cuales apenas se conoce la sombra, la simple denominación limita a los sujetos a aprender a lidiar consigo mismos. Preferible a todo el torbellino interminable e impredecible de conflictos emocionales está el aplacamiento de las bestias internas, un somnífero químico que las ponga a dormir y junto con ellas la subjetividad de los sujetos que los hospedan. Ya no se enseña a tratar de conocer al enemigo, a tomarle por los cuernos y no permitir que les devore por dentro; por el contrario, se ofrecen herramientas volátiles cuyo efecto sólo ayuda por unas cuantas horas dejando a los sujetos diagnosticados con la labor de guardabosques a la temida espera interminable de que algún incendio le haga tener que ir a pedir ayuda, esperando que a una rápida atención no todo sea consumido por las llamas. Se vuelve así uno dependiente del tratamiento, dependiente del visto bueno de aquellos a los cuales se les ha depositado arbitrariamente el lugar del saber.
Se necesita llegar a ayudar a los sujetos, a saber reconocer los propios errores y aciertos, a que tengas las herramientas para poder afrontar las propias frustraciones, que sepan lidiar con conflictos emocionales de la vida cotidiana, que reconozcan aquello que les causa ansiedad y se promueva una independencia que tienda a la comunión y no a la reclusión de sí mismos. Es para ello poder entender que “la enfermedad no tiene realidad y valor de enfermedad más que en una cultura que la reconoce como tal”[7]. Al final de cuentas, este diagnóstico no hace más que crear un estigma, condición que, de no remediarse, se puede convertir en parte de una identidad que hiere y estorba a los sujetos etiquetados y a los que los rodean.
Objetivo general: El objetivo de este taller es en realidad más simple de lo que parece pero a la vez está conformado por una multiplicidad de objetivos conjugados el logro del mismo y su fortalecimiento. En primer lugar se propone que los sujetos sepan sobre la ambigüedad del término bipolaridad a partir del reconocimiento de sus propias emociones, ansiedades, conflictos o dilemas y todos aquellos factores o momentos que las movilicen. Por tal se piensa en que los sujetos se piensen a sí mismos e introspeccionen sobre sus propias limitaciones y complejos que pueden generar conflictos promoviendo así que se responsabilicen de sus actos y estallidos emocionales; además de que sepan ser asertivos de ser necesario. Todo ello con el propósito de que sepan llegar a alguna negociación con los demás, controlen sus propias emociones y que la agresión que se pueda desprender de las mismas pueda encontrar un medio de sublimación diferentes a la autodestrucción ni la agresión a los demás. De esta forma se pretende que los sujetos tengan una percepción de sí mismos más amena, puedan entablar relaciones menos destructivas y con esto fortalecer sus redes sociales de apoyo para el logro de las metas que se propongan a corto y largo plazo.
Bibliografía:
[1] Newman et al. El trastorno Bipolar. Paidós. Barcelona, 2005. 19p.
[2] Ibíd. 37p.
[3] Guía de Consulta de los Criterios Diagnósticos del DSM-5. American Psychiatric Association. Estados Unidos, 2014. 71-75pp.
[4] Poox Martínez, Diana Gabriela. La experiencia del sujeto en torno al diagnóstico de la bipolaridad. Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco. División de Ciencias Sociales y Humanidades. México, 2010. 15p.
[5] Juáregui, Inmaculada. Droga y sociedad: La personalidad adictiva de nuestro tiempo. Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas. Tomo 16. 2007. 9p.
[6] Op. Cit. Poox Martínez, Diana Gabriela. 21p.
[7] García Canal, María Inés. El loco, el guerrero, el artista: Fabulaciones sobre la obra de Michel Foucault. Philosophy, 1990. 33p.
